Año 2006. Trabajaba cerca de la Plaza Independencia de Mendoza. Los sábados en la mañana pasaba por allí y conocí a 3 hombres cincuentones en situación de calle. Ellos me decían “Evita”. Les divertía verme enojada. Finalmente, nos hicimos amigos. Cada sábado conversábamos hasta que un día me animé a preguntarles acerca de sus vidas.
No recuerdo los nombres de dos de ellos. Pero al más conversador, le decían Lito. Mientras él hablaba, los otros dos hombres largaban carcajadas, gritaban o se ponían a cantar. Lito me decía que eran ex combatientes de Malvinas. Que habían vuelto “piruchos” de la guerra. Tampoco sé con exactitud si Lito se refería a los tres cuando hablaba de Malvinas.
Lamentablemente, las secuelas psicológicas de la guerra los había convertido en marginales. “Somos locos buenos”, decía. Entre sus relatos, me confió que se habían ofrecido como voluntarios. Que al regresar de las islas, eran extraños para sus familias. Y, con el tiempo, decidieron alejarse. Se conocieron en aquella Plaza y se ayudaban mutuamente.
Yo, a veces les llevaba algo rico para comer, les compraba cigarrillos o les daba algún manguito. Cuando pasaba y no tenía nada, ellos me convidaban cigarrillos y mate. Alguien me dijo: “tené cuidado. Cobran una pensión y se la gastan en vino”.
Prejuzgar. Nunca hay que prejuzgar. Si esa persona supiera que, a esos hombres, el mayor daño no se los hizo la guerra. Si supiera que los destruimos nosotros, como sociedad, como Nación.
Un par de años después, me enteré que Lito se había muerto de frío. Y, a los pocos meses, lo siguió el segundo de los tres hombres. Nunca más vi al tercero.
María Celeste Cid, Mendoza, 2 de abril del 2022 (mcelecid@gmail.com).