Hacia 1982 cursaba el quinto año B1 del Bachillerato Científico de la Escuela Normal “Juan Pascual Pringles” de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), tenía 17 años. Eran tiempos de dictadura militar, ya que en marzo de 1976 se había producido el golpe cívico –militar más cruento y sangriento de la historia en Argentina.
Hacía poco que habíamos comenzado las clases, eran momentos de mucho entusiasmo juvenil porque éramos la PROMO ‘82. Una mañana cálida de abril el preceptor Mario Pérez nos avisa que debemos ir hacia el hall central de la planta alta de la Escuela, una vez allí reunidos, el Director Prof. Hugo Arnaldo Fourcade nos informa que había comenzado la ocupación por parte de soldados argentinos en Malvinas, lo cual implicaba que podría haber una guerra y que nuestros compañeros varones de 18 años serían convocados a participar en ella.
Recuerdo la tristeza en nuestras caras al volver al aula y la conmoción que nos produjo saber que algunos compañeros serían parte de esa tragedia. Las clases continuaron como si nada.
A partir de ahí estuvimos atentas a los “comunicados” de cadena nacional característicos de la dictadura con los que, supuestamente, “informaban” lo que ocurría en Malvinas. Luego supimos que eran parte de la propaganda oficial en el que además nos decían que íbamos ganando esa guerra, al menos eso creímos.
En cada acto escolar el Coro cantaba “La Marcha a Malvinas”.
Recuerdo el nefasto: “Si quieren venir que vengan“. Lo seguimos por TV. También recuerdo aquella Plaza de Mayo colmada de gente que apoyaba una ocupación argentina en Nuestras Malvinas. Habría tiempo para arrepentirse
Tiempo después, se inició la tristemente famosa recaudación de alimentos, vestimenta, dinero, chocolates y joyas de todo el pueblo argentino para nuestros soldados. ¿Quién se negaría? Recuerdo los tejidos que hacían las mujeres de la familia para los combatientes, de bufandas, guantes pulóveres, etc. que luego poníamos en cajas a modo de encomiendas. Recuerdo también cómo la madre una compañera se despojó de sus joyas más queridas para que no les faltara nada a los jóvenes que estaban en Malvinas. Se veían niños y niñas escribirles cartas para acompañar y alentar a los jóvenes argentinos víctimas de esta guerra.
Luego supimos que nada de todo aquello había llegado a nuestros soldados.
En mi familia no hubo detenidos ni desaparecidos, tampoco supe que los hubiera en el aula. El silenciamiento era una constante en todos los ámbitos. Eso impidió que nos informáramos sobre lo que realmente ocurría fuera de la Escuela, asesinatos, torturas, robos de bebés, y desapariciones.
Rogábamos diariamente que ese día de clases no fuera el último para ellos y para nosotros. Teníamos miedo de que al final del año nos faltara Jorge o Juan o Ignacio.
Finalmente, ninguno de nuestros compañeros de la PROMO 82 fue a la trágica guerra del Sur.
Terminada la terrible guerra, la vida en las aulas de la EScuela siguió como si nada hubiera pasado.
Al decir de Cortázar:
“Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido”
¡NUNCA MÁS!
Alejandra Quinteros, San Luis marzo de 2022 (alejandra-quinteros@hotmail.com)